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  • editorialpuntoyapa

La Novia

Autor: Mili Milagros Alzogaray

Corrección: Zariux Luna


“Las paredes tienen oídos.” Todos hemos escuchado esa frase, pero tal vez sea mucho más. Tal vez las paredes, que una vez nos escucharon reír y llorar, guarden en ellas los restos de aquellas emociones. No por nada muchos creen que los lugares se llenan de la energía de quienes los habitaron. ¿Cuántos secretos puede guardar un lugar vacío? ¿Qué clase de sueños y pesadillas se esconden tras los muros de lo que un día fue un hogar feliz? O lo que pretendía serlo. Tener casa propia es el sueño de muchas personas, un anhelo de algo mucho más grande. La idea de independencia es seductora, atrayente, una sensación que la mayoría desea. Pero, nunca somos del todo independientes, son contadas las veces en que en realidad somos dueños de algo. Una casa nunca es totalmente tuya, mucho menos cuando alguien más la ha habitado y llamado “hogar”; cuando alguien más ha puesto en ella sus sueños y esperanzas; cuando los rincones de tu nueva vida estuvieron llenos de risas y llantos ajenos. A veces, solo somos impostores que ocupan el lugar de quien debería estar allí. Rebecca conoció a Renzo una noche tormentosa en la que su turno en la cafetería se había alargado. Él era cliente regular y ella lo había notado en más de una ocasión. Con sus cabellos dorados, con un ligero aspecto despeinado que le provocaba querer acariciarlos, llamó peligrosamente su atención. El azul de sus ojos la hipnotizaba, le ofrecían un sinfín de maravillosas aventuras; cada vez que sonreía, el hoyuelo de su mejilla izquierda le daba el aspecto de un ángel travieso; y sus labios, teñidos de un ligero color rosado, le provocaban devorarlos. ¿Qué tan equivocada podría estar? ¿Qué secretos se ocultaban detrás de aquel mar de aventuras? Rebecca no podía saberlo. La mayor parte del tiempo, los monstruos se disfrazan de ovejas y aquel príncipe de cuento, no era más que un simple ladrón. Un recolector de sueños; destructor de esperanzas; canalla mal habido que destrozó el corazón de más de una joven en su búsqueda de la felicidad. ¿Qué podría sospechar ella? Si él parecía ser el inicio de su propio cuento de hadas, todo lo que un día soñó. Sin embargo, los cuentos de hadas no existen. Es mil veces conocida su verdadera naturaleza, simples mentiras disfrazadas de sueños. Sin notarlo, el cuento de Rebecca llegaba a su fin. Por su parte, Renzo siempre ocupaba la mesa del rincón, aquella que le brindaba una perfecta panorámica del lugar y observaba de todo lo que ahí sucedía. Desde el primer día, se vio hechizado por la nueva camarera, pasó a su lado y un leve aroma a rosas se impregnó en sus fosas nasales. Quedó cautivado. A partir de ese momento, cada tarde visitaría el local. La veía pasar con su hermosa cabellera negra revoloteando en una coleta; amable con todo el mundo, con una sonrisa en su rostro y la felicidad en sus ojos. Solo una vez en su vida tuvo la oportunidad de contemplar una mirada semejante, tan llena de ternura y bondad; tan llena de vida y felicidad; tan llena de color; tan llena de amor. Solo una vez y la misma vida se le había arrebatado. En esta ocasión no dejaría que nada ni nadie le impidieran abandonar la oportunidad de ser feliz. Esta debía ser una señal de aquel amor, una señal de que Rebecca era la indicada para llenar su corazón. Los meses pasaban y ninguno se atrevía a dar paso. Cada vez que Rebecca lo atendía, lo hacía nerviosa cual colegiala frente al primer amor; se desarmaba con cada sonrisa suya. Para Renzo no pasaba desapercibido el efecto que tenía en ella y estaba seguro de que la atraía. Una señal bien clara para acercarse, pero no sabía cómo. Debía ser listo, jugar bien sus cartas y aprovechar la ocasión, seguro de que ese momento estaba cada vez más cerca. Las miradas furtivas, pequeños guiños y coqueteos eran su rutina diaria. Ella lo esperaba ansiosa cada tarde y él, no se hacía del rogar, llegaba siempre puntual. Nada pasó más allá hasta que una noche... Un tormentoso y gris viernes, de esos en los que parecía que Dios desataba su ira, acumulada por tantos pecados cometidos. Rebecca trabajó sola toda la tarde, su compañera se había enfermado y de ella dependía hacer el cierre. El cansancio que sentía se veía minimizado por el consuelo de saber que Renzo llegaría en cualquier momento. Pero él no lo hizo, nunca llegó y la tristeza la invadió. Renzo había hecho hasta lo imposible por salir a horario, pero la reunión en la escuela con la directora, un alumno y su madre, se había alargado más de lo esperado. Lo que él planeaba resolver en una hora, le llevó más de tres. Aunque la certeza de que Rebecca se había marchado era lo único que oía su cabeza, corrió hasta el café con la esperanza de verla antes del fin de semana. El aguacero le dificultaba la visión. El piso resbaloso casi le provocó más de una caída. La noche caía, pocas personas deambulaban por las calles y él estaba empapado. Dobló en la esquina de siempre y, con el corazón desbocado por la carrera, se detuvo. No podía creer lo que veía. Ahí estaba su amada, con el uniforme cubierto por un largo abrigo y unas botas cortas que acentuaban sus piernas. Su hermosa cabellera ─ahora suelta─, estaba empapada y brillante por las gotas que se deslizaban por ella. «Ve, cielo. Es nuestra oportunidad». La voz que lo acompañaba desde hacía tantos años lo animó a acercarse. Tenía razón. Era su oportunidad, la que tanto habían deseado. Renzo no lo dudó un instante más, con paso decidido se acercó a Rebecca y le dio un leve toque en el hombro. —Hola Rebecca— saludó con cierto nerviosismo. Una sonrisa genuina se plasmó en el rostro de la muchacha. Con una mezcla de alivio y resolución ella contestó: —Te estuve esperando y no llegaste. El asombro que sintió Renzo al oír aquello, lo alentó a dar el siguiente paso. Pero, antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, ella continuó. —Sé que esto sonará descabellado y… tal vez me tomes por una cualquiera, pero… ¿te gustaría ir a mi departamento a tomar algo? «Tiene la chispa que necesitamos, mi amor. Es la indicada». Por supuesto que será la indicada. Renzo lo supo desde el primer día en que la vio. —Me encantaría. —Su respuesta fue acompañada por el hoyuelo que volvía loca a Rebecca. Juntos se encaminaron al departamento de ella, a tan sólo dos cuadras de la cafetería. Corrieron bajo la lluvia hasta llegar a él. Empapados y entre risas, subieron al ascensor y marcaron el piso diez. Sus miradas se cruzaron con una sola idea. Ella se sonrojó. Al verla así, Renzo la tomó de la cintura y la atrajo aún más. Su aroma a rosas lo invadió y el azul de sus ojos se vio eclipsado al notar la agitación de su compañera. Posó la mano en su mejilla, acortando la distancia. Se sintió cautivado, todavía más, por el verde esmeralda en su mirada. Rozaban sus labios, pero antes de que el toque se transformara en un beso profundo, el ruido de las puertas al abrirse los sacó de su ensoñación. —Ya habrá tiempo para eso —pronunció Rebecca de forma coqueta y salió del ascensor hacia su departamento. Renzo la siguió como autómata. En su mente escuchaba aquella familiar voz. «¿Pensarás en mí?» «Siempre lo hago» respondió de la misma manera. Al llegar no perdieron el tiempo. Entre besos acompañados de caricias, la ropa no tardó en hallar su lugar en el suelo. La ferocidad de Rebecca, implacable. La devoción de Renzo, innegable. La ternura dio paso al fervor y la tensión acumulada entre ambos estallaba en cada exclamación de placer. «No me olvides. Yo siempre estaré contigo. Ahora más que nunca.» Y desde esa noche no volvieron a separarse. Su relación se afianzó y todos aquellos que los conocían se asombraban de su felicidad. Rebecca le presentó a sus amigos, las únicas personas que podía decirse eran su familia y estaban para ella en todo momento puesto que sus padres habían muerto tiempo atrás. Ninguno había visto una pareja más feliz y dedicada. Sin embargo, una duda comenzó a rondar la mente de Rebeca. La noche que festejaban su mudanza al departamento de Renzo, escuchó un comentario que una amiga de él soltó casi sin querer. —Desde Samantha no veía a Renzo tan feliz y en paz —comentó Cecilia entre copas y risas. Rebecca omitió mencionar que nunca había escuchado tal nombre y prefirió dejar la conversación hasta ahí, sin indagar más. Se prometió a sí misma averiguar todo cuanto pudiera de esa tal Samantha y el motivo por el cual Renzo no le habló de ella. Sin embargo, prefirió no mencionar aquel nombre frente a él. Comenzó a notarlo cambiado, descontento y un tanto nervioso. En ocasiones, no le hablaba durante todo el día y sólo se acercaba a ella luego de haber pasado horas encerrado en su estudio, una habitación a la que tenía prohibido acercarse. Cada tarde que Renzo salía de su estudio, volvía a sus brazos y la besaba con el deseo y la adoración de alguien que no ha visto a su amor en mucho tiempo. La tomaba como si fuese a desaparecer en cualquier momento, como si fuese la última vez que estuvieran juntos. Después la ignoraba y la dejaba sumida en la incertidumbre y la tristeza. Sus cambios de humor la confundían demasiado y sus sueños se veían turbados. La idea de vivir juntos, el deseo de formar una familia, se transformó en pesadillas. No sólo la actitud de Renzo lo la mantenía lejana, sino que no se sentía bienvenida en su nuevo hogar. La sensación de estar siempre vigilada la mantenía alerta. La idea de que alguien se encontraba con ella, aunque estuviera sola, le aterraba. En más de una ocasión escuchó susurros en el estudio. La voz de una mujer la perseguía en sueños y el que decía ser el amor de su vida, la trataba de loca. Las pesadillas de Rebecca se acrecentaron luego de notar un retraso en su periodo. La imagen de una novia con un ensoñador vestido hecho jirones, la persiguió en más de una ocasión. Aquella figura, cuyos brazos llevaban un bulto inconfundible, le resultaba atemorizante y familiar a la vez. La idea de un embarazo la perturbaba, sobre todo cuando que su relación se estancó. Atribuyó sus pesadillas al nerviosismo y el temor de la situación. «Él es mío, nunca lo olvides. Pronto estaremos juntos de nuevo». Rebecca despertó agitada, segura de haber escuchado a alguien susurrarle al oído. El sudor le corría por la frente y el temor de que hubiese alguien en la casa la espabiló por completo. Intentó llamar a Renzo, pero este parecía no querer abandonar su descanso. Decidida a no quedarse con la curiosidad, Rebecca abandonó la cama que compartía con su pareja y bajó a la sala, dispuesta a entrar al lugar prohibido. A medida que descendía por las escaleras, la sensación de ser observada volvía. Varios peldaños antes de llegar al final, se detuvo como si le obstruyeran el camino. Al otro extremo de la escalera, una figura flotante la observaba. Sin duda estaba soñando, era imposible que su pesadilla fuera real. Aquella mujer llevaba un vestido de novia harapiento, un vestido que alguna vez debió ser un blanco reluciente, pasó a ser un simple manojo de trapos grises con roturas desde la falda hasta el velo que cubría lo que parecía ser una cabellera negra, casi tanto como la suya. Los ojos de Rebecca amenazaron con salirse de sus órbitas. Quería gritar, salir corriendo de ese lugar y no volver jamás, pero se quedó petrificada en el escalón. Al ver que la mujer se acercaba despacio, solo alcanzó a deslizarse por la pared hasta quedar sentada. El pánico pudo más y cerró sus ojos, apretó los párpados tanto como le permitía el terror. No podía creer que Renzo durmiera con tanta paz mientras ella sufría con lo que debía ser una alucinación. «Ábrelos». Era la voz que otras veces había escuchado en susurros, pero esta vez más clara, más dulce y amigable. Obedeció y abrió los ojos. Quedó sorprendida con la cercanía del espectro frente a ella, el velo le cubría la mitad del rostro y le impedía verla a los ojos. La mujer mantenía una mano extendida, una invitación a seguirla. Rebecca lo dudó unos instantes, pero algo en la familiaridad de aquella mujer la terminó por convencer. Con paso lento iba tras ella, el corazón a mil por hora y una certeza de que aquello estaba mal. ─¿Quién eres? —Rebecca tenía la voz temblorosa por el miedo. Al no obtener respuesta, intentó con otra pregunta—. ¿A dónde me llevas? «Quieres respuestas. Yo puedo dártelas». La voz se impregnaba en su mente de tal manera que le daba escalofríos. Rebecca no siguió preguntando al darse cuenta hacía donde iban. El estudio de Renzo siempre estaba con llave, pero esa noche la puerta abierta le daba la bienvenida a misterios que esperaban ser revelados. Rebecca no podía quedarse en las sombras de la incertidumbre, debía conocer el terrible secreto que guardaba el que se decía el amor de su vida. No se trataba de un estudio en el sentido estricto de la palabra, más bien una habitación destinada para relajarse. Una vez encendida, la lámpara desprendía una suave tonalidad naranja, perfecta para una tarde de lectura sin que llegase a cansar la vista. Del lado derecho, una pequeña biblioteca y un sillón acogedor junto a una mesita de té. En los rincones, jarrones repletos de rosas blancas adornaban el lugar. Rebecca notó que eran el mismo tipo de flores que Renzo le obsequiaba al llegar del trabajo. En las paredes, colgadas con pulcritud, varias fotos familiares. En casi todas aparecía Renzo junto a sus padres en la casa de su infancia, pero hubo unas que llamaron peligrosamente la atención de Rebecca. En la primera se veía el jardín de una imponente iglesia y ataviado con un esmoquin impecable, Renzo besaba a una mujer vestida de novia a quien no se le veía el rostro. En la siguiente, la misma mujer aparecía con su precioso vestido, pero esta vez sola; sonreía a la cámara, con ojos verdes y piel blanca salpicada de tenues pecas. Era como verse en un espejo, la mujer era idéntica a ella. ─¿Qué es esto? —preguntó en voz alta. —Algo que no deberías haber visto…, aún —Renzo apareció detrás suyo. Rebecca volteó asustada, con pánico por verse descubierta. Antes de poder continuar, sintió un golpe frío y metálico en su cabeza. Aturdida, lo último que vio antes de perder la consciencia fue al amor de su vida con la mirada pérdida y con un atizador en la mano. «Es momento de realizar el ritual. Estaremos juntos de nuevo». ─¡Por qué tuviste que mostrarle todo justo ahora! —la voz de Renzo se impregnaba de ira. Estaba de pie sobre una superficie elevada, justo en el centro de un pentagrama dibujado en el suelo, en cada punta una vela encendida. A sus pies se hallaba Rebecca inconsciente. Frente a él, la forma incorpórea que había guiado a su novia, lo miraba tranquila. Esto era lo que ella quería… No… Lo que ambos querían y habían planeado. «No puedo seguir así. Quiero volver a sentir. Quiero volver a vivir». —¡Este no era el plan y lo sabes! Los gritos de Renzo resonaban en el sótano y despertaron a Rebecca. No lograba entender que sucedía. Confundida, intentó moverse, pero cadenas alrededor de sus muñecas y tobillos se lo impidieron. —Es inútil, preciosa. —Renzo se acercó hasta quedar cerca de su rostro. El bello azul que Rebecca tanto amaba se transformó en augurio de miseria y terror. Casi con ternura, él acarició su frente con la mano fría. Ella intentó rechazarlo. El ángel travieso del que se había enamorado ahora parecía un demonio malvado. Sus ojos ya no demostraban amor, sino una malvada obsesión. ─Por qué… ¡Por qué me haces esto! —El terror invadió a Rebeca y las lágrimas corrían por sus mejillas—. ¿Acaso no me amas? —Shh… Shh... No llores, mi amor, claro que te amo. Si no te amara, no te hubiera escogido para esto. Eres lo más importante que tengo ahora. Sin ti, no podría formar la familia que tanto anhelo. ¿Verdad, Samy? Hasta ese momento, Rebecca no se había percatado de la presencia fantasmagórica, aquella que la había atormentado. Sonreía con una tétrica mueca. Una idea cierta cruzó por su mente: esa era Samantha, la novia de las fotos, la esposa de su amor que era tan parecida a ella. No entendía que pretendían hacer, pero estaba segura de que su vida corría peligro y debía escapar cuanto antes. Sin embargo, las probabilidades no estaban a su favor. «Querida Rebecca, eres el recipiente perfecto para mi alma». Samantha pronunció aquellas palabras al tiempo que se removía el velo de la cara y dejaba al descubierto dos cuencas vacías en los que deberían estar sus ojos. Su sonrisa de hizo más amplia. Rebecca nunca había visto un gesto tan macabro y un grito desgarrador brotó de su garganta, nunca había experimentado tanto terror. ¿Planeaban usarla como recipiente para traer de regreso a Samantha? ¿Qué pasaría con ella? ¿A dónde iría su alma una vez que ocupara su cuerpo? Como un torbellino, las preguntas se agolpaban en su mente. Renzo paseaba por el lugar, llevaba recipientes de un lado a otro. Sabía lo que hacía y eso solo evidenciaba que no era la primera vez que lo intentaría. La mortecina luz de las velas le daba al sótano un aspecto lúgubre, digno de cualquier película de terror. Rebecca no supo en qué momento Renzo tuvo oportunidad de preparar el ritual, pero con seguridad llevaba semanas haciéndolo. —Por favor, Renzo, déjame ir y no le diré a nadie, te lo prometo. —Las palabras salían de Rebecca como una exhalación desesperada, creía poder alcanzar el corazón de Renzo y apelar al sentimiento que alguna vez tuvieron—. Por favor, déjame ir. —Nunca podría, querida —respondió él con seguridad—. Eres lo que me regresará al amor de mi vida. Finalizó con una sonrisa torcida y depositó un tierno beso en su frente. «Una vez que terminemos podré regresar a los brazos de mi amado. Finalmente, después de tantos años de pérdida y sufrimiento, renaceré de las cenizas». —Verás, Rebecca, el plan original era esperar hasta nuestro aniversario. De esa manera podríamos rememorar la fecha por partida doble. —Renzo le obsequió a Samantha una mirada dulce quien le respondió con una sonrisa complaciente. ─¿Por qué? ¡Por qué, de tantas mujeres en el mundo, tuviste que elegirme precisamente a mí para realizar este endemoniado ritual! —Rebecca mostró el enojo que se ocultaba detrás del miedo. —Te lo diré, aunque no tendría por qué hacerlo —encolerizado acarició la cabeza de Rebecca—. Yo estuve felizmente casado con el amor de mi vida. Ella lo era…, es todo para mí y juré dedicar mi existencia a su felicidad. Por desgracia, un maldito borracho la arrebató de mis brazos una noche que salíamos de la cafetería en la que trabajas… Le disparó en el corazón. Yo la sostuve entre mis brazos mientras se desangraba hasta morir y con su último aliento ella me dijo «no me olvides» y yo nunca la olvidé. «Nunca me separe de él. No podía irme y dejarlo solo. No podía aceptar que toda mi vida se viera acabara por un maldito asesino. Entonces, con ayuda de mi querida suegra, ideamos un plan». Renzo miraba con amor a Samantha. Le dedicaba cada caricia que le daba a Rebecca, imaginando que era la piel de su amada a quien tocaba. —Justo en el día del aniversario de su muerte apareciste en esa misma cafetería —continuo Renzo—. Ese mismo día volví a ver al amor de mi vida siendo feliz, pero no estaba a mi lado. Ese día supe que tú eras la indicada para traerla de regreso. No eres como las otras. Tú eres fuerte, feroz y valiente además de su viva imagen. Eres perfecta. Rebecca no daba crédito a lo que escuchaba. Ya había intentado esto antes y ¡con la madre de Renzo como cómplice! ¿Cuántas jóvenes habrán muerto en manos de estos desquiciados? ─¡Y su amor vale más que la vida de inocentes! —Rebecca derramó lágrimas de ira, enojo y, sobre todo, terror. —Vale todo el sacrificio posible —respondió Renzo—. Lo que me recuerda que ya es hora del show. Renzo dio una fuerte palmada y la luz de las velas se intensificó. Se giró, tomó un recipiente que contenía un líquido humeante y grotesco, desprendía un horripilante hedor semejante a comida podrida calentada en el horno de microondas. Rebecca no sabía que esas eran las cenizas de Samantha mezcladas con la sangre de su esposo. Renzo obligo a Rebecca a inclinarse para beber del recipiente. De nada sirvieron sus esfuerzos para impedirlo, el líquido espeso corrió por su garganta y le provocó arcadas. Su corazón latía desaforado y sus venas se marcaron en su piel. Un fuego ardía dentro suyo, listo para incendiarla por completo. «Este es mi fin» pensó Rebecca, segura de que no podrían lastimarla más y descansaría en paz. Pero, se equivocaba… —Es hora, mi amor —exclamó Renzo eufórico al ver como la piel de Rebecca se teñía de un intenso color rojo. Era la señal para que el espíritu de Samantha tomara su nuevo cuerpo. Sin dudar, el fantasma se acercó. Los ojos desorbitados y aterrorizados de Rebecca se cruzaron con las cuencas vacías de Samantha. Ambas sabían que una no podría existir mientras la otra siguiera en aquel espacio terrenal. La novia no se dejó llevar por la incertidumbre de lo que Rebecca pudiera hacer después de que ella tomara el control. Puso una mano a la frente de la joven, se recostó sobre ella y dejó que su alma llenara cada rincón de su cuerpo. Rebecca convulsionaba al intentar resistirse. Ponía toda su fuerza y empeño para rechazar la invasión, pero todo fue en vano. Podía sentir como el alma de Samantha luchaba por controlarla y su propio espíritu abandonaba despacio su cuerpo. El alma de Rebecca fue arrancada. Como un halo de luz que flota con suavidad en la noche, quedó suspendida en el tiempo. Observó con tristeza y horror como aquel que dijo amarla se acercó a su cuerpo para contemplar su obra. Luego de diez minutos de silencio, escucho una voz que no era la suya escapar de sus labios. —¡Puedo sentir! —exclamó Samantha al tiempo que Renzo le quitaba las cadenas—. Esta vez sí funcionó. Rebecca miró a la feliz pareja. Un monstruo disfrazado de príncipe y una intrusa en un cuerpo que no le pertenecía. No importaría el tiempo que le tomara, ni lo que costara, juró vengarse. En aquella noche fría su alma huyó en medio de gritos cargados de pena. Con ira maldijo cada paso que la pareja dio; con enojo perturbó sus sueños. Ellos no tendrían paz hasta que su venganza se concretara, así fuera en esta vida o en la siguiente.

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