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  • editorialpuntoyapa

Blanco y Negro

Autor: Por Zaravasty Luna (Zariux)

Corrección: Georgetteana (@Poison_V)


─¡Siguiente! ─¡Hey! Tu turno. La persona detrás me palmeó en el hombro, el golpecito me sacó del mundo de sueños en el que estaba; ni siquiera recuerdo cómo llegué hasta aquí. Desorientado, me acerqué despacio al escritorio frente a mí, cada paso que daba se sentía fuera de lugar. Un hombre de cabello negro e impecable traje blanco, me miró con cara de pocos amigos. ─Disculpe, ¿dónde…? ─Nombre. ─Su atención regresó al monitor del escritorio. ─Ian. ─Completo. ─Erin Ian Durand. Sólo quiero saber… ─Primero, lo primero. ─Movió sus dedos con rapidez sobre el teclado de su computadora, de cuando en cuando murmurando pequeños “mmm”. ─ ¿Dijo Erin Ian Durand? De mi boca salió un sonido parecido a un ‘yah’. ─¿Nacido en Irlanda, 1940, sus padres Wallace y Nora, hermano de Cara y Allen, soltero, tiene dos hijos que son Ian y Anna, residencia actual Oaxaca? ─No… bueno, si… ¿cómo sabe…? ─Debe haber un error. ─Se quitó las gafas y por fin me puso atención, pero su expresión cambió; dejó de parecer fastidiado, a lucir ahora preocupado─. Usted no debería estar aquí. ─¡Eso es lo que estoy intentando preguntar! ¡¿Cómo llegué aquí?! ─Baje la voz, alterará a los demás. El caballero, supuse de nombre Puriel gracias a la plaquita dorada sobre su solapa, me pidió que esperara y se levantó con teléfono en mano. Aproveché que estaba de espaldas para inclinarme sobre el escritorio y buscar la información que me negó, algo debió ver en la pantalla. En ella se desplegaba una ficha con toda esa información, ¿cómo podía saber los nombres de mis padres y hermanos cuando yo mismo no había podido averiguarlos? Después de cerciorarme que seguía ocupado, tomé el control del computador y empecé a bajar para seguir leyendo. Se trataba de un informe detallado de mi vida, todo lo que había hecho hasta ahora ─incluso un poco más─ estaba descrito con pelos y señales. Cosas que nadie debía conocer; secretos guardados; verdades mías, mentiras para los demás. Al llegar al final, me encontré con la leyenda “defunción” y la fecha 15 de diciembre de 2025 acompañada de una anotación: “en revisión”. Me paré de un salto, el teclado cayó al piso junto con algunas hojas. Traté de recordar que día era hoy… 17 de octubre de 1980… viernes. Me levanté antes del amanecer para recolectar hongos, después de las lluvias de las últimas semanas la cosecha estaría en su punto. No podía dejar pasar más tiempo, si alguien los descubría perdería el ingrediente principal de mi receta secreta, aquella que me dio fama entre los habitantes de la región: panecillos de la felicidad. Así los llamaba la gente, pues decían que al comerlas todas sus penas desaparecían y les dejaba una sensación de completa paz. La cosecha resultó ser fantástica, tenía suficiente para varios días de producción. Regresaba a casa con una canasta rebosante cuando un bulto a mitad de la carretera llamó mi atención, era un zorro removiendo la tierra húmeda; hacia él se dirigía un tráiler a gran velocidad, aún estaba oscuro y el chofer no lo alcanzaría a ver. Traté de hacerle señas y gritar; si no se detenía, el animal acabaría bajo las llantas de aquel monstruo metálico. ¡Vaya que soy un romántico! Me lancé en su auxilio sin medir las consecuencias, me olvidé de mis preciados ingredientes. Antes de que pudiera llegar hasta el zorro, este corrió hacia la maleza; me quedé en medio del camino pasmado. Cerré los ojos rogando por un milagro... y al abrirlos aparecí en este misterioso lugar. Hasta ese momento soy consciente del dolor de mi cuerpo; un malestar que comienza en el lado derecho de mi cabeza. Con un movimiento involuntario, la toco con mi mano y siento algo pegajoso, descubro sobre mi piel restos de sangre fresca, barro y hierbas. Por primera vez desde que llegué miro a mi alrededor, es una habitación de blancas paredes y completamente vacía, excepto por el escritorio frente a mí y la interminable fila de personas a mis espaldas. ─¡Espera, a dónde vas! Ignoro el grito de Puriel. Corro siguiendo la hilera humana, necesito encontrar la salida. Unos me miran curiosos y otros fastidiados. Durante mi trayecto puedo darme cuenta de la diversidad de pieles, vestimentas, cabelleras, estaturas. Hay hombres, mujeres y niños. Sólo me detengo para tratar de recuperar el aliento con mis manos sobre mis rodillas. ¿De verdad necesito respirar? ¿O sólo es el vestigio de un recuerdo? ¡No puedo estar muerto! No cuando mis investigaciones han tenido éxito, cuando estoy a punto de limpiar mi nombre y regresar con mi familia. ¡¿Quién hará pagar a los bastardos que me arruinaron la vida si no soy yo?! Quiero llorar, ¿aún podré hacerlo? ─Corriendo así no llegarás muy lejos. Un hombre vestido con un finísimo traje negro se detiene a mi lado. A diferencia de Puriel, no porta una placa de identificación, en su lugar cuelga una delgada cadena de eslabones dorados. Enciende un cigarrillo, a través de sus gafas oscuras descubro una mirada gris. ─¿Qué sabes tú…? ─Estás muerto, no necesitas respirar, y todavía puedes llorar. Iba a contestar, pero me hizo callar con un movimiento de su mano. ─Por más que lo quieras, nada cambiará. Puedes esperar a que te alcance el de allá y regresar, resignarte a tu estatus de no vivo e intentar que tu alma descanse en paz. Pero… Guardé un silencio expectante, esa no podía ser mi única opción. ─No lo es, si quieres saberlo… El caballero tiró su cigarrillo y comenzó a alejarse sin esperar mi respuesta. Volteé para encontrarme con Puriel corriendo hacia mí. En los últimos años conviví con la muerte, vi tanta gente llorarle a un ataúd, sollozos que se agudizaban con cada puñado de tierra que de mi pala salía. Me resultaba una mala broma del destino terminar así. Muerto. No. No quería regresar. En las palabras del hombre de negro había una promesa oculta que estaba dispuesto a descubrir. A final de cuentas, no tenía más que perder. En ese momento no entendí la magnitud de aquella decisión, una decisión que representó el final para el mortal Erin Ian Durand y el nacimiento de Dugan.

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